CVO: Chief Vanity Officer

El otro día vi a un “líder” grabándose en la oficina con un aro de luz.
Decía que estaba “cerrando el trimestre más retador de su carrera”.
Traducción: entregó un Excel sin fórmulas rotas.
A su alrededor, todos fingían que no escuchaban… pero claro que escuchaban.
El eco del ego siempre hace ruido.
Ensaya tres veces: “Hoy quiero compartir una reflexión…”.
Reflexión de qué, si ayer no pudo ni aprobar un ticket sin pedir ayuda.
Pero ahí está: grabando contenido como si fuera Al Pacino en "El Padrino".
El negocio ardiendo… y él peleándose con el aro de luz.
⚡ La verdad sin anestesia
Los CVO —Chief Vanity Officers— son una plaga elegante.
No destruyen empresas de golpe: las erosionan.
Despacito, como termita con MBA.
Son los que confunden influencia con influencer.
Hablan de “liderazgo auténtico” mientras esconden su falta de resultados detrás de la "selfie" levantando el pulgar y con sonrisa más de a huevo que de ganas para su Instagram.
Su prioridad no es transformar: es construir una versión ficticia de sí mismos que parezca transformadora.
Se inventan títulos, se inventan frases, palabras que solo ellos piensan que van a ser tendencia, se inflan el pecho, se atribuyen proyectos que apenas vieron de lejos. Y cuando les preguntas por resultados reales, hacen lo único que saben hacer:
cambiar de tema o abrir otro carrusel en LinkedIn.
Un CVO no es tonto.
Un CVO es peligroso.
Porque el mercado celebra más la postal que la operación.
Más la narrativa que el número.
Más el ruido que la claridad.
Y mientras todos aplauden, la empresa sangra silenciosamente.
Los CVO viven atrapados en la capa más superficial de la Transformación Digital: la capa de Aplicaciones.
Ahí donde todo parece avanzar porque hay dashboards con colores bonitos, KPIs que nadie revisa y metodologías que entienden a medias.
Y claro, desde ahí se sienten poderosos. Se creen estrategas porque saben mover bloques en un diagrama.
Las capas que importan —Negocio, Gobernanza, Resultados Operativos—
esas no las tocan.
¿Razón?
Ahí no hay likes.
Ahí solo hay decisiones difíciles, conversaciones incómodas y demostraciones de capacidad que no se pueden editar con filtros.
El CVO quiere ser visto, no evaluado.
Quiere brillar, no entregar.
Quiere reconocimiento, no responsabilidad.
Y aquí está la ironía más deliciosa:
Mientras el CVO se obsesiona con su “marca personal”,
el verdadero líder está ocupado construyendo la marca que sí paga las nóminas.
Uno persigue validación.
El otro genera riqueza.
Uno acumula seguidores.
El otro acumula resultados.
🤟 Menos Palabras, Más Acción
👉 Observa: ubica a los CVO en tu empresa. Son fáciles: hablan más de lo que logran, presentan más de lo que deciden, opinan más de lo que transforman.
⚙️ Decide: deja de premiar el teatro. El reconocimiento debe ir a quien mueve ingresos, reduce costos, acelera ejecución o elimina fricción. Todo lo demás es ruido.
🚀 Ejecuta: exige que cada “iniciativa transformadora” traiga un impacto financiero claro. Si la única métrica que mejora son los likes del responsable… cancélala.
El CVO vive para sentirse importante.
El líder vive para que la empresa sea importante.
El primero te llena de ruido.
El segundo te llena de dinero.
La pregunta no es cuántos seguidores tiene tu equipo.
La pregunta es: ¿quién de ellos realmente hace que tu negocio avance?
Si quieres deshacerte del teatro corporativo y construir una estrategia que genere riqueza real, date la vuelta por gradumultra.com. Aquí no hacemos líderes virales. Hacemos líderes efectivos.
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